No sé muy bien cómo empezar ni cómo estructurar este texto. He pasado las últimas semanas tratando de dar sentido a todo… pero ha sido imposible. Así que lo soltaré, tal como viene, con la esperanza de que algo se entenderá. El otro día tomé una decisión que, durante años, me hubiera parecido impensable: borré todos mis tweets. Más de 15.000 publicaciones acumuladas desde 2009. Una década y media de opiniones, bromas, momentos de inspiración y alguna que otra metedura de pata. Me preguntaba cómo me sentiría después de hacerlo, si algo cambiaría al eliminar ese archivo virtual de mi vida. Y, ¿sabéis qué? No ha pasado nada. Absolutamente nada.

Creemos que nuestras huellas digitales, esos rastros de nuestra presencia en las redes, son de una importancia vital. Como si de algún modo definieran quiénes somos o al menos, cómo queremos ser percibidos. Al hacer clic en “borrar” todo eso desapareció en cuestión de minutos. Lo bueno, y lo malo, quemado en la misma hoguera.

«A juzgar por lo que veo en Twitter, en el mundo no pasa nada bueno. Todo es grave, todo es urgente, todo va mal y es lamentable. Todos gritan y nadie lee, las preguntas quedan sin respuesta y no existe el debate. Nadie quiere saber nada de nadie»

@adriapadilla en Twitter, el 15 de julio de 2023

¿Por qué?

Todo esto está relacionado con los cambios que ha sufrido Twitter en los últimos años. La plataforma que antes era un espacio para compartir ideas, debatir y conectar con amigos y conocidos, se ha convertido en algo irreconocible. En lugar de fomentar el diálogo y la diversidad de pensamiento, se ha transformado en una maquinaria que recompensa lo superficial, lo viral y lo inmediato. Lo más preocupante es que Twitter se ha convertido en un sitio donde se espera que consumas, no que participes. Los usuarios ya no son interlocutores, sino audiencias que deben ser mantenidas distraídas y enganchadas con contenido efímero y fácil de digerir.

Las interacciones, que antes eran el alma de la plataforma, han pasado a segundo plano. Ya no se trata de contribuir a una conversación, sino de presenciar un espectáculo. Twitter ha dejado de ser un espacio donde las voces individuales podían resonar. Ahora, las opiniones y pensamientos se fabrican para encajar en lo que es «viralizable», en lo que llama la atención por un segundo antes de ser olvidado. Los algoritmos nos empujan hacia lo que genera más interacciones, sin importar si son debates constructivos o conflictos vacíos. Todo lo que no encaja en ese ciclo de consumo rápido es ignorado o, peor aún, enterrado bajo una avalancha de trivialidades.

«Cuando entro a Twitter, tengo la sensación de estar presenciando miles de guerras absurdas de gente a quien no conozco de nada. La mayoría son fruto de la más absoluta y absurda ignorancia. ¿Qué valor tiene esto? ¿Por qué debería interesarme? ¿Qué se supone que debo hacer con esto?»

@adriapadilla en Twitter, el 13 de agosto de 2023

Y en medio de todo esto, la priorización de las cuentas premium ha añadido otra capa de ruido. Mientras que antes todos los usuarios tenían la misma oportunidad de ser escuchados, ahora la plataforma ha comenzado a favorecer a aquellos que pueden pagar por una mayor visibilidad. Esta situación no solo distorsiona la dinámica de participación, sino que también refuerza la idea de que el valor de una opinión está ligado a su capacidad de generar ingresos. Cada tweet no es otra cosa que mercancía.

La destrucción de las comunidades que alguna vez florecieron en Twitter es quizás una de las pérdidas más tristes de esta transformación. En sus primeros días, Twitter era un refugio para nichos diversos, donde grupos de personas con intereses compartidos se reunían para intercambiar ideas. Sin embargo, con el énfasis en el contenido viral y la comercialización de la plataforma, esos lazos se han debilitado. Como resultado, muchos han dejado de participar, ya que se sienten marginados o irrelevantes en un entorno donde solo se valoran las interacciones más llamativas. La comunidad se ha desvanecido.

Mi relación con twitter ha sido distinta a la de la mayoría de usuarios. Formé parte, en su momento, del programa de acceso especial para investigadores académicos. Esto me permitió conocer la infraestructura interna de la plataforma, las personas involucradas en su desarrollo, así como los trabajos de moderación que Musk fulminó tan pronto como puso un pié en las oficinas de Twitter. Es por esto que percibo la situación actual con una mayor gravedad: desde la llegada de Musk la plataforma ha degenerado hasta limites insospechados. Twitter se ha transformado en un terreno fértil para rumores, teorías de conspiración y noticias falsas, donde la verdad a menudo queda eclipsada por la necesidad de captar la atención. Esto no solo erosiona la confianza en la información que circula, sino que también polariza aún más a las audiencias, creando burbujas de desinformación que refuerzan creencias fundamentadas en la falsedad.

Pero lo más peligroso es que Twitter no solo busca mantenernos atrapados en este ciclo de consumo superficial, sino que influye en nuestra forma de pensar. En Twitter se impone la agenda política de Musk, fomentando y amplificando discursos de odio y extremismos. Ese es su verdadero valor, y la razón por la que fue comprada. Twitter empuja a los usuarios hacia posturas cada vez más radicales, especialmente en el espectro de la extrema derecha. Este fenómeno no solo desestabiliza el tejido social, sino que también promueve una cultura de desconfianza y confrontación. Twitter erosiona la democracia.

«Siento que he perdido el control de mi cuenta de Twitter. Por mucho que lo intento, no logro deshacerme de cierto contenido. Sigo expuesto a la morralla humana, me siento mal, no quiero seguir aquí»

@adriapadilla en Twitter, 13 de diciembre de 2022

Frente a esta realidad preocupante, surgen alternativas que ofrecen espacios más abiertos y democráticos. Redes sociales como Mastodon permiten a los usuarios disfrutar de una experiencia menos controlada por algoritmos opacos y menos susceptible a la manipulación política. Bluesky, respaldado por uno de los cofundadores de Twitter, busca reinventar la experiencia de las redes sociales con un enfoque en la transparencia y la autonomía del usuario. Estas plataformas ofrecen la oportunidad de participar, lejos del ruido de las grandes corporaciones que buscan capitalizar nuestras interacciones. Al explorar y adoptar estas alternativas, podemos contribuir a la construcción de un ecosistema digital más saludable y constructivo.

Tengo muchos seguidores

Seguramente consideres que en Twitter tienes una comunidad fiel de seguidores, conectas con amigos y gozas de cierta visibilidad, pero ¿te has detenido a reflexionar sobre qué interacción real tienes con ellos? Es fácil creer que cada «me gusta» o «retweet» es una señal de conexión genuina, pero, en la mayoría de los casos, esas interacciones son superficiales y fugaces. ¿Qué visibilidad real tienes? Si te detienes a analizarlo, puede que te des cuenta de que, en realidad, eres irrelevante incluso para tu entorno inmediato en la plataforma. Ya hablé sobre esto en mi anterior publicación: no hay razones para seguir en Twitter. Creo también, que Marta Franco borda esta idea en su publicación: Contarlo para que a más gente le parezca que tiene sentido. Las redes sociales nos venden la ilusión de que siempre estamos presentes, siempre conectados, pero la verdad es que la mayoría de las personas no notarán tu ausencia, porque la realidad es que ya no estás: tu contenido queda totalmente enterrado por el algoritmo y nadie ve tus publicaciones, tus seguidores apenas ven tus tweets, ya has perdido toda la visibilidad que tenías. Este proceso, en el que se destruyen las comunidades y se ensalzan ciertas cuentas de usuario, forma parte de la estrategia general del nuevo propietario: destruir cualquier posibilidad de organización social, pensamiento colectivo o articulación de discurso público.

Me siento agotado

Estoy cansado. Me siento agotado de estar expuesto diariamente a cientos de mensajes fundamentados en el error, la falsedad, el odio y la rabia. Estar en Twitter es una lucha agotadora por separar la paja del grano. La plataforma ha dejado de ser un lugar seguro donde consumir noticias o mantenerme informado. Lo interesante se funde con la morralla. Twitter es un espacio peligroso, donde la desinformación y la hostilidad dominan la conversación. Ya no quiero seguir participando en este entorno tóxico que me drena mentalmente, me cabrea y me expone a lo peor de este mundo. La constante exposición a tanta estupidez se ha vuelto insostenible, es hora de decir: Adiós a Twitter.



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